viernes






A la altura de un ladrillo, de un adoquín, no más alto que el tacón de un zapato, un niño asomó las narices y empinó los ojos hacia la perpendicular de los estrechos raíles del tren.
Computó las horas que llevaba sin beber, despertando la lengua de una muerte lenta, seca, opiacia ante el fin. 
Vio al semental negro trotar ante sus ojos y se lanzó preciso a las vías.
Ni siquiera pensó en salvar la estirpe de su nombre.

Algunos siglos después los Trotamundos escarban bajo las traviesas. 
Los más ancianos cuentan que cuando nieva hasta tapar las ventanas, se escucha un lejano murmullo de hojas que como olas, invade cuál tsunami toda la estación...

L.

1 comentario:

  1. Tremendo relato, de una intensidad que deberías de mostrar

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