viernes



Una gota que cae del precipicio
envuelta en el espejo de la huída. 
La ola que contiene tu partida
Un cristal empañado, un artificio.

Es una voz el viento que acaricio
despacio, tan despacio, no rendida,
Que alarga hacia la sombra su solsticio. 

He de soñar así, sobre la hierba,
rendida a su verdor y a su rocío,
cayendo por los bordes de las hojas,
allende de tu mar y de tu río. 
Sin soltar el timón, sin que me pierda en las dulces espinas de tus rosas.

L.



Se guardan los milenios dentro de otros milenios. 
Ante eso las horas son pequeños, muy pequeños insectos.
Acaso así, nosotros, tan nodos imperfectos nos pensamos que siendo podremos dejar algo. 
Pero nada es el tiempo
La imagen siempre muere,
pero no así el espejo, 
que perdura y perdura
de milenio en milenio.
Quien sabe si seámos  realidad, muerte o sueño. 
L.







A la altura de un ladrillo, de un adoquín, no más alto que el tacón de un zapato, un niño asomó las narices y empinó los ojos hacia la perpendicular de los estrechos raíles del tren.
Computó las horas que llevaba sin beber, despertando la lengua de una muerte lenta, seca, opiacia ante el fin. 
Vio al semental negro trotar ante sus ojos y se lanzó preciso a las vías.
Ni siquiera pensó en salvar la estirpe de su nombre.

Algunos siglos después los Trotamundos escarban bajo las traviesas. 
Los más ancianos cuentan que cuando nieva hasta tapar las ventanas, se escucha un lejano murmullo de hojas que como olas, invade cuál tsunami toda la estación...

L.