Salgo a un mundo al que no pertenezco, me inclino ante él sabiendo que me humilla cómo a todos.
Sobre la colina dos mujeres mantienen un diálogo y me indican que baje la cabeza, que arañe la tierra, que me desnude y me arrastre hacia la lengua del mundo. Que deje que me lama.
Y yo me dejo.
Me envuelve entre sus dientes y sus labios y me dice que gima, que jadee, que pronuncie su nombre.
Y yo lo hago.
Lo grito hasta que las dos figuras desaparecen y el mundo me traga, disonante, furioso, enardecido cuándo he aullado su nombre.
El tuyo
L.