A veces tengo tantas ganas de abrazarte, de besarte, de entregarme de nuevo, de rendirme, que me inundo por dentro y el alma se rebosa por los ojos.
Tantas cómo golpearte y odiarte y sacarte de mí, desprotegido y sólo.
Entonces el paso que doy retrocede y vuelvo a clavarme un puñal en el pecho.
Casi no puedo respirar.
L.