martes


 Me cubre una conmovedora caricia que aún no adivino.

Pequeños golpes que me empujan hacia la superficie, rodeándome de blanca espuma, aligerando mi peso, transformándome en una pluma que vuela mojada en pos de una luz conocida, familiar a mi naturaleza. 

Desde la profundidad de tus ojos ahora transito a la deriva, navego sin los remos de tu mirada. 

Tanta sal duele.

Duele tanto que a veces, encallo. Me quedo varada escuchando el rumor del oleaje y me dejo llevar por la resaca evitando las redes. 

Pero aún vienen besos a susurrarme que la sal también cura. 

Es estonces cuando más deseo ahogarme. 

L. 


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